jueves, 3 de marzo de 2016

Algodón en la frontera. Esplendor

Cuando Y me habla sobre su infancia en la algodonera, no sé exactamente a qué se refiere. Nunca he visto una, si acaso los campos blancos. La algodonera de la que habla ya no existe. Era un terreno muy grande con bodegas, ¿cómo cuántas bodegas? “Muchísimas”. Al centro había una placa de cemento, una banquetota muy alta, donde ponían las pacas de algodón trabajado, listo para mandarlo a los compradores.

Ellos, los niños, necesitaban ayuda para subir la banqueta, ayuda de ellos mismos para elevarse y recargarse en algunos juguetes a manera de tabique. Subir y pisar esa banqueta que parecía sol, tan blanca por tanta luz sobre ella, sin ninguna imperfección en el cemento, prístina. Era tan preciada la banqueta que sólo podían jugar ahí cuando no era ocupada por el verdadero tesoro: el algodón.

Una vez leí sobre el algodón que utiliza Levi’s. Presumía que es orgánico y de comercio justo, los involucrados en el campo no son explotados. Imagino que la situación fue muy diferente en la frontera durante los 50, pero mi familia sobrevivió gracias al algodón. La época algodonera en el Norte fue dorada. Muchos hablan de la riqueza que trajo y el trabajo que nunca faltó, fue un fenómeno que se extendió desde Matamoros hasta Mexicali.

Esta fibra natural llevó a mi familia al Norte, su esplendor y decadencia marcó el camino de mis parientes. L empezó la pizca de algodón, después la siguió su hermana S. Las dos trabajaron en el otro lado, en Texas (aquí puedes leer sobre eso), mientras que su hermano, el abuelo, trabajó en una algodonera en este lado, Matamoros.

Abuelo renunció a su trabajo en PEMEX y a la construcción de carreteras en Tampico para irse a la frontera, rumbo al auge del algodón. Era un mejor y prometedor trabajo. Supongo que, en realidad, se fue porque sus dos hermanas estaban ganando dinero. Él no quiso trabajar en Estados Unidos, pero trabajó para unos gringos en territorio mexicano. Testarudo, hasta antes del Alzheimer, nunca quiso ver esta ironía.



Un campo a punto de ser trabajado en Tamaulipas.

La algodonera estaba en la Curva del Diablo, la bautizaron así porque muchos camiones se volteaban de lo pronunciada que era. Estaba en las afueras de Matamoros (antes de que la absorbiera la ciudad) y sólo había una casa más por ahí, la de los López. El trabajo era por temporada para quienes provenían del sur (incluido el DF, para los fronterizos, el DF es sur). Durante esas temporadas de trabajadores sureños, los niños sólo tenían permiso de espiar desde las ventanas.

Mientras sus hermanas trabajaban en el campo, el abuelo esperaba en la algodonera a que llegaran los camiones cargados. Una vez que el algodón es arrancado de la planta, es echado en la cesta de la espalda; después es transportado a la algodonera para limpiarlo y empaquetarlo. El cargamento se coloca en la desmotadora o gin (como lo llama Y). 

En la algodonera de Matamoros había dos grandes gines. Estas máquinas limpian el algodón, es decir, le quitan la cáscara y cualquier otra basurita o residuo de la planta. Hasta esa pureza de blanco y textura frágil necesita antes de un proceso mecanizado. Después, unos tubos grandes succionan el algodón limpio. Al fin, se estiran las bolitas hasta que queda algo similar a una tela y se hacen las pacas.

La segunda parte del post la puedes leer aquí.

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